El sábado 16 de mayo a las 12:30 h. se inaugura en la Galería Javier Silva (Renedo, 8-10) la exposición «Tierra» del fotógrafo vallisoletano Ricardo Suárez.
««El viento resuena cual grito lejano, amortiguado, casi en sordina, y diabólicamente persistente, como si hubiera estado siempre ahí y jamás fuera a desaparecer… Levanta remolinos de polvo y, lentamente, erosiona un paisaje quemado por el sol. El calor reseca la tierra, la resquebraja, la hace quebradiza. Allí no llueve mucho, pero cuando jarrea, la furia del agua hiende el suelo como un bisturí la piel y, por supuesto, deja cicatrices. El viento, el sol y la lluvia son implacables, no conocen la misericordia, castigan la tierra como los años el rostro de una persona y también su alma.
El territorio envejece igual que los individuos que lo pisan y, a la vez, lo alteran y desgastan, lo modifican con sus constantes idas y venidas, sus industrias, sus cultivos y animales, sus abusos. El territorio está vivo, muere un poco cada día, pero mucho más despacio que nosotros. La diferencia es que nuestra vida se mide en años y la suya, en siglos. Pero el tiempo pasa para todos y para todo… Comprobarlo es cuestión de fijarse con detenimiento, saber mirar y escoger los lugares adecuados para hacerlo, tal y como ha hecho Ricardo Suárez en esta serie de fotografías. A simple vista, si uno no presta la suficiente atención, podría suponer que son una colección de paisajes… Sí y no.
Acérquense otra vez, vuelvan a observar esos lugares enmarcados y colgados en la pared de la galería y, en vez de paisajes, descubrirán otra cosa u otras cosas. A unos viejos que miran a la cámara sin pestañear, cubiertos por una polvareda centenaria, castigados por el viento y el agua, abrasados por el sol, frágiles… A unos viejos no de carne y hueso sino de arcilla, yeso, caliza… Ricardo se ha acercado a estos lugares, que están mucho más próximos de lo que creemos, con la perspectiva de un retratista. Dispuesto a dejar constancia de cada línea y cada curva, de cada arruga de la tierra, de cada capa sedimentaria, para, de alguna manera, “descubrir el paisaje con otros ojos”, según sus propias palabras.
La vocación documental, la vena artística, incluso la mirada del científico que realiza “un trabajo de campo inventado” se entrecruzan en este conjunto de instantáneas que, como en la mayor parte de los trabajos anteriores -‘Walden’ o ‘Noroeste’, por citar dos ejemplos- de este castellano con alma de colono yanqui, plantean un juego de espejos entre la realidad más inmediata y lo que ésta evoca en nuestra memoria a partir de ese imaginario sociocultural que todos compartimos. ¿Estamos en los páramos de Castilla o en Monument Valley? ¿A escasas millas de El Paso (Texas) o a las afueras de cualquier pueblo de la meseta? Poco importa la ubicación real. Tiene mucha más fuerza lo que nosotros queramos creer. Es más real que la propia realidad.
Esa capacidad para trasladarnos de un paisaje a otro, para viajar sin movernos, para sugerir sin mostrar del todo, para plantear preguntas y engañar a los sentidos y a la mente requiere grandes dosis de sensibilidad y una mirada muy particular… Ambas, sensibilidad y mirada personalísima, son inherentes a Ricardo y a las obras de esta exposición.
Nada ha sido casual: ni la elección de los lugares, ni la composición de los planos ni el momento del día -con sus particularidades lumínicas- en el que fueron tomados, pero, como en las buenas novelas, el andamiaje, la larga y laboriosa fase de preparación, está ahí, pero no se ve. Sostiene y hacer brillar la narración, en este caso, las imágenes que conforman ‘Tierra’, estos particulares ‘retratos no humanos’ de unos territorios cansados de vivir, transformados por el paso del tiempo y de los hombres, fugaces y eternos. Como las fotografías de esta exposición».»
Daniel G. Rojo