
Sabrá reconocerlas porque, cuando llueve, las abuelas asesinas caminan con sus paraguas abiertos pegadas a los edificios, con el fin de clavar alguna de sus puntas embadurnadas de kriptonita a cualquier viandante despreocupado que busque cobijo en soportales o similares.
Si usted lleva paraguas, tampoco está a salvo, amigho. Seguramente, cuando usted porta un paraguas por la calle (símbolo burgués y antisoviético donde los haya), procurará ser gentil, y cuando se cruce con una de estas viejas levantará su aparato (el paraguas, marrano, lo otro es gerontofilia) para tratar que éste se eleve por encima de la vieja y de su paraguas, pero ésta, asesina ella, hará lo mismo, y teniendo en cuenta que su altura no suele superar el metro y veinte centímetros, le clavará el paraguas en uno de sus ojos, dejándole tuerto en el mejor de los casos.
Si por lo que sea deja de llover, su vida sigue corriendo peligro. En tal caso, las abuelas asesinas utilizan su paraguas como bastón, y a la vez que caminan hacen que oscile entre 180º y 270º, 90º-135º hacia delante y otros tantos hacia atrás, para tratar de clavar a los transeúntes la punta de su paraguas, rellena de un veneno aún más poderoso que la marlotina que utilizamos nosotros para deshacernos de Georgi Markov.
Esté ojo avizor, camarada, y cuando vea una de ellas haga esto. Si se le ocurre alguna otra forma de defensa, coméntenosla, zanguango.