No todo estaba visto o leído en las crónicas de conciertos. Siempre hay alguien dispuesto a sorprendernos, aunque casi siempre sean los mismos. Esta vez ha sido a costa de la actuación de Miguel Ríos (padre fundador del rock and roll, por lo visto) en esa “cosa” llamada Músicos por la Naturaleza. Por decoro y por mostrar un mínimo criterio, no sería conveniente juntar en un mismo texto a Dylan y a Miguel Ríos, aunque sea para citar el historial de ese, digamos, festival, porque es difícil que alguien pueda llegar a tragarse la crónica, aunque eche mano del pan bimbo.
Lo de Dylan & Ríos podría pasar, incluso definir como inmarcesible a Ana Belén, pero lo de interpelar a un artista en una crónica está ya demasiado manido y es muy poco efectivo, especialmente cuando el artista en cuestión está, digamos, muerto, como sucede con Antonio Vega: “ cómo se te echa de menos, Antonio, que emoción aquella tarde de ser testigo de una prueba de sonido tuya horas antes del concierto, por mucho que te jodiera que extraños asistieran a algo que tú siempre tuviste como un ritual íntimo”. No sé si el autor esperará de verdad que Antonio Vega salga de donde esté para responderle algo así como “sí, cuánta razón tienes” o, tal vez, “disculpa, ¿nos conocemos?”.
Y, por último, está la utilización de expresiones como “por mucho que te jodiera” o “el puto jefe” con las que se intenta, sin conseguirlo, romper el protocolo con palabras gruesas para acercarse así a ese público joven y rebelde, de unos 50-60 años, que ha aprovechado el evento -y que sus hijos universitarios (matriculados en privadas) están de vacaciones- para sacar del armario sus “chupas” de cuero de 2.000 euros. Es más, la expresión “El puto jefe”, además de poner un peldaño por encima a Ríos de Springsteen (The -sin fucking- Boss) y de agotar los calificativos grandilocuentes de cara al 1 de agosto, recuerda peligrosamente a ese lema de la movida madrileña acuñado por Tierno Galván: “Rockeros: el que no esté colocado, que se coloque…y al loro”. ¿Se acuerda, Don Enrique?