El nuevo embarazo de Doña Letizia ha avivado el debate entre los expertos constitucionalistas (Jaime Peñafiel y Jesús Mariñas incluidos) sobre la necesidad de reformar o no nuestra Carta Magna. Inmodestamente, creemo que hay que abolir la discriminatoria ley sálica para que así las mujeres puedan ser reinas sin necesidad de ser consortes y adecuar por tanto la monarquía a nuestros tiempos. Porque, no nos engañemos, a estas alturas de vida, que alguien ostente la jefatura del Estado por la Gracia de Dios y los Designios del Generalísimo está a la orden del día en este nuestro siglo XXI. El sistema que nos hemos dado para convivir (no se preocupen, a nosotros tampoco nos avisaron el día del acuerdo social) sólo es comparable en modernidad y progreso a la tan envidiada teocracia iraní, algo que desde hace tres décadas nos ha convertido en objeto de celos y cuchicheos por parte de las carcas repúblicas occidentales.

Pero aunque nos encontremos en la vanguardia europea, debemos dar un paso más y derogar de una vez por todas esa maldita ley sálica de forma inminente. Además, es justo y necesario que esta abolición se haga con carácter retroactivo para que así la Corona y la jefatura del Estado recaigan sobre la lúcida cabeza de nuestra bella y capaz Infanta Elena, algo que aplaudiría hasta el mismo Bakunin y que provocaría de forma inmediata el nombramiento de nuestro admirado Don Jaime como rey consorte. Imagínense: Doña Elena, el pilar de nuestra monarquía y Don Jaime, su tabique.

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