Desengáñense: por mucho que sean el símbolo de la paz o una tradicional representación del Espíritu Santo, las palomas dan asco. En realidad, se diferencian poco de las ratas, y portan entre sus plumas un número de infecciones muy similar al de esos roedores de peor fama. Por si esto fuera poco, su población se ha multiplicado en nuestra ciudad, y además de estar más sucias cada día, la endogamia ha acabado por convertir a estos bichos alados en algo parecido a una familia real, llena de individuos estúpidos de expresión abotargada, absolutamente inútiles y totalmente prescindibles. Es necesario una solución final con las palomas. Que alguien acabe con ellas, aunque sea como lo hicieron los Happy Mondays, hijos de puta!
Mi cara de concentración, la reprimida expresión de esfuerzo que refleja mi rostro, mi boca apretada y esas pequeñas gotas de sudor que humedecen mi frente me delatan: estoy plantando un enorme mojón que no va a caber ni en la zanjita que me estoy haciendo al lado de la catedral. Porque sí, amighos, Javi es mortal y también defeca (llegará un día en que todos tendremos dos hojaldres), al igual que las palomas (incluida mi sanbasilito recauchutada –¡Ay, Paloma! Quiero vivir dos veces para poder olvidarte).