«Nunca un vómito había sido tan premonitorio. Después de expulsar a borbotones todo lo que había ingerido en las últimas horas, se quedó observando aliviado la inmensa papilla que había salido de sus entrañas. De entre la pasta rosa fosfórito sobresalían tropezones de distintos tamaños, texturas y colores que tenían además una disposición un tanto extraña, quizás mágica. En un acceso de lúcida estupidez propia de su estado, se preguntó si no podría adivinar su futuro en los restos de su truncada digestión de forma similar al modo en que algunos adivinos utilizan los posos de una taza de café para saquear a sus clientes. Su experiencia en este terreno era escasa, y estaba más cerca de la caspa televisiva que de la astrología en sí, pero no se desanimó. Se concentró todo lo que pudo en cada trozo de comida y empezó a vislumbrar lo que sería su vida apenas un par de semanas más tarde: Se veía solo y de noche entre una niebla húmeda en el exterior de unos grandes almacenes. La iluminación navideña permetía vislumbrar al fondo del parking un solitario coche cuya presencia resultaba bastante extraña. Lentamente, se fue acercando hacia el vehículo hasta que pudo pegar su cara contra el cristal de una de las ventanillas y ver, no sin sorpresa, como la pequeña cerillera practicaba una felación a un hombre disfrazado de Santa Claus.

“¿Te lo pasas bien espiando, verdad?” – Le dijo una voz a sus espaldas .

Al darse la vuelta, se encontró con tres tipos de aspecto peligroso y actitud amenazante que se identificaron como los tres camellos de los reyes, Y que no portaban precisamente oro, incienso o mirra.» (CONTINÚA)

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